LA BATALLA DE LA BAHÍA DE MATANZAS

América fue para la Monarquía Hispánica la joya de super corona. Una joya tan brillante que despertaba la codicia de las demás potencias europeas. Para defender a los barcos que llegaban a la península cargados de plata, Felipe II ideo el sistema de flotas y galeones. En lugar de establecer viajes individuales, las naves españolas se agrupaban en convoyes fuertemente escoltados que, desde La Habana, partían dos veces al año con toda la riqueza acumulada.

El sistema funciona con eficacia, salvando algunas excepciones. A veces, eran las tormentas las que conducían los tesoros al fondo del océano. En 1622, 1624 y 1631, se produjeron naufragios con unas pérdidas cuya aflicción el Conde Duque de Olivares afirma no poder expresar con palabras. Otras veces, eran los piratas quienes intentaban llevarse la plata hispanoamericana al fondo de sobre bolsillos.

Eso es lo que sucedió en 1628 en la costa de Matanzas en Cuba, cuando una flota holandesa, aprovechando una insólita superioridad numérica, atacando la flota de Nueva España. Los almirantes neerlandeses destruyeron la armada española y se apoderaron de un botín calculada en seis millones de pesos. Piet Hein y Hendrick Lonck serían recibidos en las Provincias Unidas como auténticos héroes nacionales. Por su parte, el comandante español Juan de Benavides Bazán, a cuya falta de preparaciones y negligencia se debía el desastre, fue encarcelado y ejecutado, años más tarde.

Paradójicamente, gran parte de la plata que llegaba de América era empleada para costear las guerras europeas de la Monarquía Hispánica. Uno de estos conflictos era el que enfrentaba a los Austrias con esos mismos holandesas que hostigaban a sus barcos y que, a la postre, lograrían imponerse en su lucha contra los españoles y lograr su independencia. A pesar de todo, aunque ni los campesinos ni los artesanos la vieran, la plata americana siguió llegando a España, financiando su corte y sus delirios de grandeza durante mucho tiempo más.